La piel suave, transgénica y arrancada a tiras
Entradas, Reportajes, spoiler, Spoilers Científicos 16 septiembre, 2011La piel que habito (Pedro Almodóvar, 2011) España
Una de mis frases favoritas de la película la dice el personaje interpretado por Marisa Paredes: “Llevo la locura en mis entrañas”. Y con toda la razón: existe algún componente genético en gran parte de los transtornos psiquiátricos relacionados con la locura. Los dos hijos que tiene, de padres diferentes, presentan conductas sociópatas, carecen de empatía y no valoran las consecuencias de sus actos. Si uno de los dos es, además, un prestigioso médico e investigador, las maneras de poder hacer daño a los demás se multiplican y enriquecen hasta límites insospechados.
Antonio Banderas es Robert Ledgard, un acaudalado cirujano plástico, investigador y docente. En la lujosa finca de su propiedad, El Cigarral, tiene instalada una clínica donde dispone de toda la instrumentación necesaria para realizar a cabo sus investigaciones, que, desde que su esposa sufrió espantosas quemaduras tras un accidente, se centran en la mejora de las propiedades de la piel humana.
La posibilidad de realizar estos trabajos de investigación de forma ajena a un contexto institucional le permite a nuestro médico traspasar todos los límites éticos para llevar a cabo su objetivo. En su laboratorio, Ledgard modifica genéticamente células de la piel para que sean más resistentes a las heridas, a las picaduras de los insectos y, sobre todo, al fuego.
Para todo ello tiene un sujeto de experimentación muy especial al que, lo primero que le hace es, curiosamente algo que no tiene que ver exactamente con la piel: un cambio de sexo. El maléfico doctor cultiva amorosamente células transgénicas que darán lugar a los fragmentos de piel perfecta que cubrirán la vulgar piel humana en la que habitaba su rehén antes de adoptar el rol de cobaya de laboratorio.
Almodóvar juega con la temática científica como manera de conceder mayor poder a su maléfico doctor, inspirado en el doctor Génessier de Los ojos sin rostro. En una ponencia ante sus colegas, Ledgard escandaliza a algunos de ellos al comunicarles que ha introducido genes de animales en células humanas. Este momento sirve para enfatizar la perfidia y falta de escrúpulos de nuestro doctor. Tenerlos, no los tiene pero, por lo que se muestra en la película, no está haciendo algo tan aberrante a nivel ético si obviamos que está experimentando con una persona a la que ha secuestrado.
Ni las células transgénicas que produce son embrionarias (es decir, no podrían originar un ser humano completo en el que todas sus células tuviesen en su genoma los genes añadidos) ni éstas, en apariencia, interaccionan directamente con el organismo del paciente. Lo único que se ve en la intimidad de su finca es cómo aplica superficialmente trozos de piel transgénica sobre su sujeto de experimentación. Es decir, que no parece que realmente las células transgénicas vayan a interaccionar con la epidermis de Vera (cuya capa externa la componen células muertas) en ningún momento, sino más bien que le está haciendo una cobertura en un spa muy especial. La realidad es que en la película nos han ahorrado gran parte del procedimiento científico, y en consecuencia, casi todo el sufrimiento del personaje interpretado por Elena Anaya: para que realmente la nueva piel prospere en el sujeto de experimentación sería necesario arrancar la anterior.
Las células del animal donante elegido, el cerdo, las obtiene de la sangre que le ha conseguido su sirvienta. Dicha sangre la somete a una centrifugación en un tubo que lleva una sustancia llamada Ficoll, que permite la separación de la sangre en sus distintos componentes, de los que selecciona los linfocitos. El procedimiento que tiene lugar desde que aísla los linfocitos hasta que extrae su material genético y lo manipula para originar células transgénicas con mejores propiedades no se observa en ningún momento, y eso que quedaría muy bien en pantalla ciertos equipamientos y técnicas utilizados habitualmente en Biología Molecular.
Pero, a pesar de que una de las bazas de la película consiste en utilizar los avances científicos del secuestrador como cauce para materializar su obsesión, la cinta no deja de tener un aire retro aunque el presente de la historia es 2012.
La piel que habito, tengo que decir, me ha divertido, emocionado y aterrorizado a partes iguales. La no profundización en los procedimientos científicos constituye siempre una garantía de tranquilidad “guionística” para los artífices de cualquier película, pero dar tanta importancia a la falta de ética del doctor Ledgard por utilizar la transgénesis en humanos y luego ver en el laboratorio que lo único que hace es aplicar esta piel superficialmente sin saber cómo ha llegado a generarla y cómo se incorpora en el cuerpo de Elena Anaya puede dejar a muchos curiosos a medias.
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